“No se reivindica la acción de ningún genocida”, expresaron desde el Colectivo Historias Desobedientes 

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Las expresiones de apología a la última dictadura cívico-militar impulsadas por la candidata a vicepresidenta de la Libertad Avanza, Victoria Villarruel, han despertado un fuerte repudio de parte de organismos de derechos humanos, organizaciones sociales, políticas. sindicales, estudiantiles, movimientos populares y activistas en general.

Desde el colectivo Historias Desobedientes también salieron públicamente a rechazar los actos negacionistas realizados por la compañera de fórmula de Javier Milei en la Legislatura porteña el pasado lunes 4 de septiembre.  

La agrupación está integrada por familiares de genocidas que se han rebelado contra los mandatos familiares y defienden las políticas de Memoria, la Verdad y la Justicia. 

Surgió en 2017, en respuesta a las políticas regresivas en derechos humanos y en el marco del intento de aplicación del beneficio del “2 x 1” a los condenados por crímenes de lesa humanidad. Algunos muertos, otros vivos. Algunos ancianos, otros no tanto. Todos guardan un silencio atroz. Ninguno se mostró arrepentido. Por eso, sus descendientes, enfrentando la culpa y la vergüenza por los crímenes de sus progenitores, decidieron agruparse y formar un colectivo que dé cuenta de la presencia del horror en el seno familiar. 

Adriana Britos es hija del fallecido represor Hugo Cayetano Britos, ex comisario del D2 y condenado por crímenes de lesa humanidad en 2009. Es también una de las cuatro integrantes cordobesas de Historias Desobedientes, que el pasado 24 de marzo marcharon por primera vez bajo la bandera de la organización. 

“Estamos en desacuerdo con la postura de Victoria Villarruel con respecto a la reivindicación de los victimarios y los genocidas de la última dictadura. Creemos que es un atropello moral a 40 años de la recuperación de la democracia”, dijo con firmeza Adriana y detalló que el movimiento de Historias Desobedientes ya ha ampliado sus fronteras y ha llegado a países limítrofes como Chile, Paraguay, Uruguay y Brasil, llegando también hasta España. “Todos tenemos la misma intención: repudiar los actos desarrollados en dictadura como la de Pinochet o Franco”, expresó. En diálogo con VillaNos Radio, Adriana afirmó que le genera “mucha tristeza” la proliferación de discursos de odio. “Me revela profundamente. No podemos dejarnos encandilar por estas nuevas políticas que vienen a dificultar el camino de 40 años de democracia. No podemos dejar que sucedan estas cosas. me produce una rebelión interna muy fuerte”, insistió.

Remarcó que desde el colectivo de Historias Desobedientes están enmarcados en la defensa de los derechos humanos y de las políticas de memoria, verdad y justicia. “Queremos romper con el negacionismo y esta postura nueva de las dos verdades. No se reivindica la acción de ningún genocida. Ningún genocida hizo nada bueno”, remarcó. 

Discernimiento emocional 

Tomar distancia y enfrentar a la familia para condenar los crímenes cometidos por algunx de sus integrantes es una decisión de enorme fortaleza. Adriana relató que hacer terapia y acercarse a Abuelas de Plaza de Mayo fueron claves para emprender un proceso que define como reparador. 

A lo largo de la entrevista, recordó que durante su infancia fue testigo de reuniones desarrolladas en su casa donde se organizaban los operativos. “Mi padre estaba a cargo de un grupo de tareas operativas del D2. Como él estaba a cargo, las reuniones se desarrollaban de manera formal o informal, en mi casa. Allí programaban tanto los asaltos que se iban a realizar como los allanamientos y programaciones de quienes buscaban. Luego venían las devoluciones de los procedimiento realizados. Comencé a prestar atención a situaciones que se ventilaban dentro de mi casa a lo largo de mi infancia, adolescencia y juventud”, describió. 

Mencionó que la irrupción de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en la esfera pública fueron una verdadera ruptura a ese mundo que le construyeron. 

“Esto me permitió discernir, más adelante, que había actitudes que no concordaban con esa realidad. La aparición de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y los grupos que reclamaban a sus familiares desaparecidos, más el Juicio a las Juntas me generaron una disociación emocional con lo que yo sentía siendo pequeña. Luego vi que millones de personas se congregaron en todo el país para reclamar por los derechos humanos y las personas desaparecidas”, describió.

Fernando Albareda y Adriana Britos en la señalización de la ex-casa de hidráulica como sitio de memoria (Foto Charly Soto)

Durante 20 años, Adriana fue parte de la fuerza policial. Desde allí pudo ver que personal policial que había participado durante el terrorismo de Estado, seguía involucrado en la fuerza. “Con el paso de los años se fueron retirando o extinguiendo, pero fueron quedando los hijos y los nietos. Un componente que siempre permaneció en la fuerza policial es la violencia institucional, que hoy gracias  a Dios están cambiando los paradigmas con respecto a la instrucción que recibe el personal policial, con la introducción de los derechos humanos para que cese un poco el tema de la violencia institucional”, consideró Adriana. 

Sostuvo que fue su terapeuta la que la guió hacia la sede de las Abuelas de Plaza de Mayo donde tuvo su primera entrevista. “Si bien no tenía dudas sobre mi identidad, podría aportar elementos importante para las investigaciones que se están llevando a cabo desde hace muchos años. Desde Abuelas me conectaron con el colectivo de Historias Desobedientes. Me conecté con las dos fundadoras: Analía Kalinec y Bibiana Reibaldi. Con el tiempo fui encontrando a otras desobedientes. hasta ahora en Córdoba somos cuatro. Ya se están por integrar varias más”, afirmó. 

Describió que el camino de la desobediencia se transita en mucha soledad. “El desobediente es la oveja negra de la familia. Es el que está en contra de los mandatos naturales. ‘Esto no estuvo bien; yo prefiero defender la vida y los derechos humanos’. Lo que hicieron estuvo mal. No estoy de acuerdo. Es una postura muy difícil porque fuimos segregados de la familia absolutamente todos. fuimos despreciados y dejados de lado. No quiero entrar en mucho detalle. Hubo familiares que intentaron desheredarlos en repudio a esta rebeldía. Este es un camino difícil y que no tiene vuelta. No estamos dispuestos a regresar o claudicar. Es una bandera que llevamos con mucho orgullo”, destacó.   

Un abrazo sanador 

A principios de julio, la secretaría de Derechos Humanos de la Nación llevó a cabo la señalización de la ex-casa de hidráulica como sitio de memoria. En ese mismo lugar Adriana Britos se dio un abrazo conmovedor con Fernando Albareda, hijo de Ricardo Fermín Albareda -subcomisario de la policía de Córdoba y militante del PRT que fue ferozmente torturado en ese lugar y que, entre los actuantes estuvo Hugo Cayetano Britos, el progenitor de Adriana. 

Hoy lxs hijxs, se funden en un abrazo y en un vínculo de amistad que es reparador de una enorme herida social. 

“Es una conexión impresionante de sentimientos”, expresó Adriana y recordó que en 2009, cuando se llevó adelante el juicio donde, entre otros imputados, se encontraba su padre, pudo ver por primera vez a Fernando Albareda. 

“Yo asistí a los juicios y pude ver a su hijo con ese dolor eterno. Lo único que me provocaba era acercarme. No sabía qué podía llegar a decirle. Lo miraba también a mi padre, a sabiendas de que, previamente, cuando había sido citado a declarar en Tribunal Federal fueron aprehendidos y mantenidos en la base del Cabildo, que era el primer destino del D2. Allí fuimos testigos del pacto de silencio que volvieron a jurar ellos. Con ese cinismo, esa perversidad diciendo ‘acá nadie sabe nada’. Nunca nadie habló hasta el día de su muerte. Nunca”, relató Adriana.

Y siguió: “Me dolía verlo a Fernando Albareda. Yo le pregunté a mis superiores -porque yo era policía-  si me podía  acercar a él. Me dijeron que no, porque podía llegar a tener consecuencias judiciales. Me resigné, pero con los años fui tomando este camino de los y las desobedientes”. 

Adriana comenzó a transitar el camino de la desobediencia en 2020. Recién este año pudieron juntarse a hablar. “Él también se acercó y yo, con suma alegría, lo recibí. También lo recibí con recelo, porque no sabía qué buscaba o que pasaría. Él también estaba siendo testigo protegido por personal policial, que eran mis propios compañeros.

“Tuve mucho miedo, pero sucedió. Nos juntamos en un bar de Córdoba. Fue un desayuno que duró cinco horas. Nos abrazamos y a partir de ese momento no nos soltamos más. Fue una experiencia muy enriquecedora, muy sanadora, muy distinta al prejuicio que se tiene con respecto al hijo de un represor y al hijo de una víctima. Biológica y socialmente es impensada una amistad así o este enlace. Nosotros pudimos vencer estos prejuicios y somos amigos. Estamos pendientes el uno del otro. Nos escribimos prácticamente a diario”.